27 julio, 2006

¿Para qué sirve el Antiguo Testamento? (III) Moral Fundamental: Trabajo humano


Inseguridad
Dificultad para encontrarlo
Muchas veces indigno
Altamente exigente y competitivo
Impersonal
Explotador
Metas inalcanzables
Retribución injusta

Esto es lo que el mundo del trabajo nos ofrece a muchos hoy. Sin duda, la experiencia humana del trabajo no resulta alentadora, más bien frustrante, ya que genera angustia y desintegra al hombre interiormente.
De la lista anterior se desprende que los valores en torno al trabajo en la actualidad, no son los que existían originalmente y en la práctica, nos hablan de múltiples desafíos y poco o nada de las oportunidades.

Si pensamos que la historia del hombre es en gran parte la historia del trabajo que ha realizado ¿qué escribiría el historiador hoy?

El hombre da todo lo que es y tiene en su actividad. El trabajo es él mismo, porque entrega todo su esfuerzo y su vida. Entonces, el trabajo no vale nada sin el hombre, no tiene sentido ni se sustenta sin este sello personal.

En la mala experiencia de trabajo para algunos, se empobrece el concepto que de éste se tiene, como por ejemplo, considerarlo una forma de llenar sus días, en su urgente necesidad de no sentirse inútil y desocupado, muchas veces marginado.
Para otros será una permanente humillación, sobre todo aquellos que sufren la explotación o una actividad que le expone en su salud y dignidad.
Muchos lo ven como un parámetro para distinguir a ricos y pobres o una forma de vivir la discriminación social.

Pero sin duda, que la gran mayoría se centra en la necesidad material que ésta le reporta, aunque sea en forma deficiente.
Para muchos, el trabajo es una forma de ganar dinero para sus necesidades, asegurar el futuro de la familia o para preparar su jubilación.

Difícil es, en este escenario, pensar el trabajo en la dimensión justa:
Una actividad humana que dignifica, que desarrolla las capacidades para contribuir con la sociedad. Casi no se piensa que es un derecho fundamental del ser humano o una actividad que permite valorarse.
Para qué hablar de la idea de una actividad que permita entregarse al servicio de los demás.

Como se ve, muy pocas veces es visto en forma positiva, como un bien del hombre y de su humanidad, como generador de alegría y plenitud.

Como hemos dicho en otro artículo sobre la antropología teológica, el hombre ha sido creado junto a un entorno natural, la tierra y su igual, la mujer. Esto da cuenta de una consideración del mundo, orientada antropocéntricamente.

Gn2, 5b “no había hombre que labrara el suelo”. Con esto, la tierra sólo cobra sentido con el trabajo del hombre.
En esta relación nativa que liga al hombre con la tierra, se despliega la relación dinámica por medio del trabajo. Este es el carácter terreno del hombre, tener un parentesco y afinidad estrecha y permanente.

Si 33,13 “Como la arcilla en manos del alfarero, que la modela según su voluntad”, encierra la idea de total dependencia del hombre con su Hacedor, que lo a tomado del polvo y lo ha modelado en esta afinidad con la tierra.
La tierra y el hombre son uno, es el hombre mismo, completo. Le es imposible desligarse de ella, entonces, el hombre es la criatura que da respuesta a su Creador a partir de su relación dinámica con la tierra: el trabajo humano. Desde allí debe responder a Dios por la Creación.
Para “adam” de la “adamah” (tierra), nada es más natural que el trabajo. El hombre no conduciría una vida humana sin el trabajo.

Como se ve en el Antiguo Testamento, el trabajo humano es considerado como un gran bien, es expresión del haber sido creados a imagen y semejanza de un Dios que crea amando y ama creando.
Estamos llamados a ser co-creadores con Dios por medio del trabajo. En el trabajo crecemos como personas y reforzamos nuestra identidad de hijos de Dios y hermanos de todos los hombres y mujeres. Por todo esto, el trabajo es la actividad que humaniza.

El hombre ha sido creado apenas inferior a Dios, pero superior a todas las demás criaturas y su relación con ellas es de dominación. Sólo con su tú, su igual el hombre se siente pleno. Pero no debe olvidar que es también “creatura” y por tanto, todo le pertenece a Dios.
Cuando el hombre olvida esto, tiende a salir del terreno de la ética y lo desarmoniza. Con esto, siendo el trabajo LA actividad que humaniza, el hombre en su soberbia puede, a partir de este mismo trabajo, deshumanizar la sociedad.

Así tenemos por ejemplo, que muchos hombres no saben para quién trabajan, por lo que se pierde la dimensión solidaria del trabajo.

En definitiva, la crisis del trabajo se orienta más bien a la pérdida de sentido último de la vida, es de un orden espiritual.
Experimentamos así, una contradicción entre nuestro trabajo y los más hondos anhelos de nuestro corazón.

Finalmente, en Jesús tenemos el gran modelo luminoso del valor y dignidad del trabajo humano hecho con amor, bien hecho, con la conciencia de servir a otros, de quienes se siente hermano.

¿Cómo organizar el mundo y la sociedad en una forma que responda a nuestro ser co-creadores con Dios?

Para responder, tendríamos que volver la lectura a la lista que encabeza este artículo y anteponer a los “valores” actuales del trabajo, lo que fue concebido por Dios desde un principio, desde antes que nos pusiera en esta tierra y nos abriera los ojos y el corazón a su obra de amor.