12 julio, 2006
¿Para qué sirve el Antiguo Testamento? (I) Antropología Teológica
Mucho se nos habla y se nos instruye acerca de la Verdad revelada por Dios y plenificada en Cristo.
Mucho hincapié se hace en el conocimiento del hombre en Cristo, del modelo de vida en Cristo, del mandamiento del Amor en Cristo. Y cómo no, si en Cristo, que es La Palabra revelada, “Dios se ha quedado mudo” (Santo Tomás de Aquino).
Ya no hay nada más que decir, todo está dicho en él; todo se realiza en él. Pero debemos observar también, que a 2 mil años de distancia, aún no podemos dar por entendido y solucionado el problema del origen del hombre y su sentido de existir.
Persiste ese abismo que deja flotando en la oscuridad la pregunta por el hombre y el sentido del ser.
Ante tantas tesis y propuestas filosóficas muy arraigadas en nuestras propias culturas que las han acogido, Jesús tendría que volver y traernos la verdad que el antiguo hagiógrafo se vio en la necesidad de transmitir en su relato, a un pueblo rudo, porfiado e infiel, rodeado por los cuatro costados de idolatrías y veneraciones politeístas.
El mismo Cristo, debía traer a la memoria de sus discípulos la Ley de Moisés, explicarla en su contexto original, y desde allí plenificarla con su propuesta del Amor.
Ya no es la ley por la ley, es la Ley del Amor y por el Amor.
La helenización instalada en la región, ya les había distanciado del concepto de hombre creado a imagen y semejanza de Dios, para aventurarse en un modelo lleno de dicotomías desde una esencia quebrantada, fragmentada, dividida en dos realidades. Alma y cuerpo ya no se miran a la cara, es más, se odian mutuamente.
Hoy prevalece esta idea y la hemos desarrollado e instalado como principio que gobierna todas las esferas de nuestra vida.
Al parecer, el cuerpo ha vencido en gran número de batallas. Dan cuenta de ello el materialismo reinante que vacía de contenido al hombre para centrarse en su exterioridad, en su caducidad como lo absoluto; el desequilibrio ecológico causado por la devastación a costa de muchos, para “necesidad” de unos pocos; finalmente, lo que era absoluto se vuelve frágil, maleable, antojadizo, intercambiable y siempre al servicio del cuerpo venerado en todo lo que es material, inmediatez, satisfacción momentánea. El amor con minúscula a destronado al Amor.
Volvamos entonces la vista a las primeras páginas de la Biblia. El libro del Génesis, en una exposición genial, nos muestra el modelo antropológico del Antiguo Testamento.
Explicaremos primero los tres aspectos que el A.T. reconoce en la composición de hombre:
1.- Se reconoce un aspecto material, “la carne –basar-, como manifestación exterior de la vitalidad orgánica” (Ruiz de la Peña), por lo que, comparte con los demás seres vivientes el sustrato biológico. Sin embargo, le diferencia de estos, “su capacidad de prolongarse en el tú próximo, parentesco. Cualquier ser humano es carne mía” (Ruiz de la Peña), connota así, un principio de solidaridad o socialidad. (“Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos”)
Se le reconoce también en este punto “su fragilidad y caducidad inherente a la condición humana, tanto física, como moralmente. Le es propia la cualidad de desfallecimiento biológico y ético” (Ruiz de la Peña).
2.- En la antropología israelita se le reconoce también el “principio vital, inmanente al ser humano, que hoy podríamos llamar su personalidad, su unicidad u originalidad” –nefes- (Ruiz de la Peña). Aquí, los trastornos fisiológicos dan cuenta de un suceso o alteración psíquica y viceversa.
De estos dos primeros aspectos se desprende que, el hombre en su materialidad (basar) y alma (nefes), se concibe como completo, tanto así, que estos dos aspectos son sinónimos.
Para el israelita, entonces, no existen dos entidades en el hombre. “Todo el hombre es basar y todo el hombre es nefes.” (Ruiz de la Peña).
Se concluye que, “pecados y justicia, vicio y virtud, proceden de decisiones personales que embargan al hombre entero, el cual está ante Dios en su totalidad indivisible.” (Ruiz de la Peña).
3.- Aliento. Ya no es el aliento inmanente al ser humano, sino, “fuerza creadora o don divino específico, que le permite su apertura a Dios” –ruah- (Ruiz de la Peña).
Basar – ruah es una contraposición, pero no una contradicción. Es el diálogo que mantienen la finitud y limitación del hombre, y el poder de Dios soberano y creador.
Como Dios ha creado al hombre por la palabra, el hombre es la criatura que responde verbalmente a Dios por la creación. “El hombre vive en la llamada de Dios y se mantiene en la existencia mientras esté a la escucha, perseverante y atenta de la palabra divina. De esto depende el logro y malogro de la existencia humana.” (Ruiz de la Peña).
El relato:
El hagiógrafo tiene su interés en el origen del mal. ¿cómo se explica el mal en el mundo creado por un Dios bueno?
El Génesis tiene dos relatos de la creación, pero nos centraremos en aquel que habla sobre el origen del mal. (Gn.2)
Para explicar el origen del mal, el autor ha querido mostrar las cosas en su completo equilibrio, tal y cual Dios la habría creado. Imaginemos que ha hecho una lista de los males que observaba a su alrededor y la ha enfrentado a otra lista totalmente opuesta. Esta última es el paraíso.
¿Cómo es que, una vez que ha pecado el hombre, el paraíso es reemplazado por el tormento, el dolor, la soledad, el peligro y la muerte?
Si bien, en el A.T. siempre se habla del castigo divino, de la venganza de Dios contra su pueblo infiel, la verdad a extraer es, que todo lo bueno que Dios ha puesto ante nuestros ojos, lo hemos trocado en sufrimiento a causa de nuestra obstinación.
Esto no responde aún la pregunta, pero nos da un primer alcance. Lo siguiente será entender, porqué somos arrojados de lo bueno cuando consentimos en lo malo.
Entendemos por consecuencia de nuestros actos, todo lo que por ley natural se suscita del estímulo que ha recibido. Causa y efecto.
Por tanto, si quebrantamos la ley natural de las cosas, obtenemos la sensación de ser arrojados de ese equilibrio natural y experimentamos el desasosiego, la angustia, el dolor, desgracias, etc.
¿Pero por qué, el haber desobedecido a Dios no destruye sólo la armonía del ser, del hombre, tal y cual le hemos observado más arriba.? ¿Por qué se suman la enemistad con el resto de la creación: dolores, sufrimiento, sequía, hambre, etc.?
El hombre de ciencia estudia su objeto aislado, desmembrado en sus partes, la filosofía también ha hecho así con el hombre.
Como a todo le buscamos una explicación científica, empírica, hemos acostumbrado nuestra percepción e inteligencia a actuar así, desmembrando a nuestro objeto de estudio.
He aquí, que se presenta la respuesta en el concepto de hombre indivisible del A.T.:
“El hombre es creado, no sólo en el darle la vida, sino también, en el establecer su entorno físico (descripción del paraíso), asignarle una tarea como ser activo, recordarle su responsabilidad frente a Dios, situarlo en un campo de relaciones con los demás seres y, con su tú más próximo, la mujer. Sólo entonces el hombre está completo, la obra de la creación finaliza.” (Ruiz de la Peña).
El hombre es tal cuando, además de tener vida propia, está enraizado en la tierra (adamah – Adán) que debe trabajar y cuidar y de la que obtendrá sus medios de subsistencia, por que la tierra es él (principio ecológico); abierto obedientemente a la relación de dependencia de Dios; situado ante el resto de los seres vivos como superior y, por último, completado por la relación de igualdad y amor con esa mitad de su yo que es la mujer. (Ruiz de la Peña).
Todo esto es parte del ser hombre. Cuando el hombre daña una de estas partes, se daña a sí mismo.
Así, la consideración del mundo del A.T. es antropocéntrica: la tierra, sólo con el trabajo humano cobra sentido (he aquí un nuevo tema a desarrollar).
Qué duda cabe. Finalmente, los diez mandamientos del A.T. contenidos en el mandamiento del Amor del N.T., los valores cristianos y los principios éticos, dan cuenta de lo que el hombre es. Al ir en contra de estos “recordatorios” de lo que el hombre es, este se daña a sí mismo, niega su esencia, su biología, su psiquis, su ecología, su equilibrio, su amor. Todo su ser.
Si Jesús viniera a preguntarnos qué hemos hecho con nuestra adamah (tierra), qué trato hemos mantenido con nuestro Dios, qué hemos hecho con nuestro don del Amor frente a nuestros iguales, carne de mi carne, nos estará preguntando por todo nuestro ser, qué hemos hecho de nosotros mismos.
¿Qué responderemos?