15 julio, 2006

Ver a Jesús, amar a Jesús, vivir en Jesús


Ver al mundo a la luz de Cristo. Ver las cosas del mundo, a la luz de Cristo, ver a los demás a la luz de Cristo.
Muchas personas tienen un carisma y un poder de comunicación que fascina. Otros lucen una sencillez y pobreza que conmueven. Tienen una mirada distinta, profunda y que te desnuda, tienen una luz que saca de ti todo lo bueno que posees, tienen un sello en cada palabra o gesto que te suenan a verdad. Muchos tienen una presencia que irradia amor, alegría de vivir, energía y premura para la acción, es decir, te ponen en movimiento.

Si lo miramos a la luz de Cristo, podremos entender lo que nos sucede con estas personas, reconocer una suerte de fascinación y reconocer en ellos al “enamorado”.
Puedo ver entonces, en persona, hechura de las manos de Dios como yo, a alguien que lleva la impronta de Jesús. Su carisma, su voz, su mirada, sus manos, su cuerpo me hablan de Jesús enamorado.
El me ha mirado con sus ojos enamorados y ha inundado mi mirada de su amor y llevo desde ese momento su amor en mi mirada, también enamorada.
Lo mundano se vuelve divino, los estereotipos de nuestra sociedad se derrumban y la verdad se vuelve una marca profunda, llena de sentido, como un tesoro recién descubierto y que me ha esperado siempre.
Lo miro, lo reconozco, lo redescubro porque mi corazón también le buscaba.

Así como Adán ha reconocido a su igual y le ha dicho “esta si que es hueso de mis huesos”, yo reconozco en Jesús, “este si que es Señor de mi corazón”.
Jesús también me enamora a través del silencio, o de la música, de la naturaleza, de los afectos, en fin, nuestros sentidos, nuestro cuerpo son tan sagrados como nuestro corazón, porque Dios se vale de ellos para hablarnos de su amor.
Así entonces, no es un amor pensado, razonado o espiritual solamente; es un amor de cuerpo y alma, porque Jesús se entrega de cuerpo y alma, porque vibra mi cuerpo y mi ser ante El, porque se me acelera el corazón ante El, porque me nace llorar de emoción ante El.
Quiero que este amor se actualice en cada instante, quiero que dure toda la vida, quiero que quede sellado para siempre, quiero llevar la impronta de su amor, como una argolla de oro en mi anular, quiero que lo etéreo se vuelva carne, quiero que se encarne su amor en mi, mi amor en El.
Quiero que mi vida gire en torno a El noche y día, minuto a minuto, todos los días de mi vida, en cada afán, en cada sueño, en cada alegría y en cada dolor.

El discernimiento es la gracia necesaria para reconocer esos dones y trabajarlos para producir el 100 por ciento.
El que tengamos testigos del amor de Cristo en la tierra, como los sacerdotes, hermanos y hermanas consagradas, matrimonios o personas comunes y corrientes que dan de alguna manera y muchas veces heroica la vida por Cristo; y testigos en el cielo, como todos los santos, son un regalo que debemos cuidar como lo más sagrado. Son testimonios por los cuales Jesús me habla de amor y me enamora, me hace suya.
Estas personas prometen fidelidad a Dios, y debemos ser los cristianos, los primero apoyadores para que este vínculo se fortalezca día a día.
A los casados, Dios les habla de su amor, a través del amor mutuo de pareja viviendo la fecundidad en su estado, bajo el signo del sacramento que sella ante los ojos de Dios un pacto.
Todas las manifestaciones de amor humano, de compromiso con nuestra sociedad, con nuestro entorno, naturaleza, con nuestro trabajo, con nuestra familia, con nuestra comunidad, con nuestra Iglesia, son un estado de vida por el cual sellamos un pacto con nuestro creador.
Jesús me enamora para llevarme a ese pacto. Acercando mi cabeza a su pecho, siento su corazón latiendo con fuerza, por ver realizada la obra de su Padre, nuestro Padre.
Por eso es que esa mirada enamorada de Jesús me pone en movimiento y me desnuda.
Quiere que yo me vea con sus ojos de amor y reconozca su marca en mí. Quiere que vea también mis infidelidades, mis momentos de oscuridad, aquellas horas dedicadas a mi propia contemplación…, quiere que desentierre el talento que me ha confiado para fructificar y lo haga crecer el ciento por ciento.
Quiere que salga de mí misma para reconocerme, quiere que salga a su encuentro para ser fecunda, quiere que ame a los demás con su corazón, que trabaje con sus manos, que consuele con sus palabras, que acoja con su mirada.