15 julio, 2006

Seguir a Cristo


Debo salir de mí misma para encontrar a Cristo, despojarme del amor a mí misma y del apego a mi ventaja personal.
Dejo de girar en torno a mí misma y contemplo la vida de Cristo. Es la contemplación evangélica que me lleva al punto de partida: Cristo.

Traigo la historia de Cristo, me inserto en el tiempo y lugar, camino con él.
Veo lo que aporta esta historia en mi vida: las contradicciones de mi vida respecto de Cristo.
La oración en primera persona da cuenta de una historia que me revela a mí.


Marcos 6,7-13
“En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
-Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”


Hoy es temprano… tengo la sensación de que todo llega antes de lo esperado… algo me sorprenderá maravillosamente… y te oigo llamarme.
Llamas a tus discípulos y dejo lo mío a un lado. Todo lo que era y hacía antes de este momento, se hace tarde. Todo lo que hay desde tu llamada hacia delante, se hace urgente, temprano.

Te escucho llamarme y mis oídos no pueden creer que pronuncies mi nombre, te veo desde lejos, tu figura delgada, liviana y firme a la vez en el horizonte. Alzas tu mano y haces un gesto a todos tus amigos para que te atiendan, si, es urgente.
Veo a unos que ya se han apresurado y mi corazón se agita, se me pierden las cosas en mi campo de visión que tú llenas por completo. Es una alegría inmensa, es algo de temor y esperanza, es algo de locura y templanza y sólo sé ir hacia ti.
Se me ilumina el rostro a medida que me acerco, ya te escucho con más nitidez, ya tu figura se hace sólida, más robusta y cálida. Al fin puedo ver bien tu rostro, tus ojos.

Todos están allí, tan emocionados como yo. Se hace un silencio que deja espacio sólo a la música de la brisa, el follaje y algún ave por ahí.
Nos miras tiernamente, ya nos invitas a algo increíble con tu mirada y comienzas a hablar:

“-vayan y prediquen la buena noticia”…

Todos nos miramos atónitos, volvemos nuestra atención a ti y en silencio:

“-vayan de dos en dos por todos los pueblos”…

Nos volvemos a mirar, pues nos parece increíble. Sabemos qué significa predicar el evangelio, pues lo hemos visto, es más que hablar del Reino, es pararse con autoridad y sacar chispas, sacar a la luz a los demonios, es levantar al caído y sanar al enfermo.
¡Jesús, nos pides que seamos otro Jesús!

Tímidamente busco el rostro de alguno de tus discípulos para unírmele y hacer lo que has mandado, pero… ¡qué locura!… ¡qué hago yo acá!… ¡ser un Cristo, predicar como él!… ¡no puedo creer que él confíe en mí para esto!… ¡pero qué ha visto en esta pobre cierva inútil que sólo sabe hacer lo que no quiere y desear lo que no tiene!

Me sorprende, pero me animo, no debo desconfiar, es el Señor, el Maestro quien me lo pide, él no se puede equivocar, me conoce muy bien y sabe lo que hace.
Entonces comienzo a hacer mis planes, preparar mi maleta, talvez unos libros, ropa de cambio, un buen cuaderno para anotar mis impresiones, no olvidar algo de alimento para el camino.
Quiero llevar tantas cosas, que no sé por dónde empezar. Alguien se adelanta, claro… Pedro como siempre y le pregunta, qué debemos llevar, cómo hacemos para estar bien preparados.
Tú le miras con paciencia, te tomas el tiempo para contestar y asegurarte que todos estén atentos a lo que vas a decir. Parece ser lo más importante:

“-no lleven nada para el camino, sólo su bastón y sandalias, pero ni pan, ni alforja, ni dinero”

¡Esto ya es demasiado! Me vuelvo hacia Pedro intentando animarle a hablar contigo, pero tú antes que él hable, prosigues:

“-Quédense en la casa donde les ofrezcan hospedaje, hasta que salgan de ese pueblo.
Y si un lugar no los recibe ni los escucha, al marcharse sacudan el polvo de los pies, para probar su culpa.

Si, eso sí lo entiendo y lo acepto, no todos nos acogerán, es más, nos perseguirán, pero nadie puede decir que no supo que la Buena Noticia era para ellos. Les fue anunciada y la rechazaron, ellos serán los únicos responsable de las consecuencias de vivir lejos de Ti.

Pero, Señor, vayamos despacio. Quiero entender mejor eso de los espíritus inmundos, tu poder que nos lo das para hacer lo que tú hacías.

Tú nos envías, tú nos das una misión y tuya es la iniciativa. Pero esta misión se realiza en la praxis y es por eso que nos das ese poder, este anuncio es una palabra actuante, eficaz. No habla de cómo está el mundo y la historia, sino de la TRANSFORMACIÓN de ese mundo e historia.

Y esos espíritus inmundos, Señor. Es todo lo que amenaza al hombre desde fuera y no le permite realizarse como ser humano.
Y es que hay tantas cosas que enfrentar en este mundo: las injusticias, la traición, el desprecio de otros, las exigencias materiales que nos impone la sociedad para ser aceptados… en fin. Sacar a la luz a esos espíritus inmundos, es denunciar estos hechos. Más de uno se molestará al ver que queda al desnudo su maldad frente a tu bondad.

Nos envías de dos en dos porque no es mi misión, sino la de todos. Es la comunidad la que participa de este anuncio.

Se ve que nos conoces bien, porque seguidamente nos das instrucciones para combatir nuestra soberbia. Esas instrucciones antitriunfalistas para no cegarnos y echar todo por la borda.
Si, ahora entiendo. Debo llevar lo estrictamente necesario porque en esa pobreza de la misión, no pondré mis conveniencias, ni mis miedos, ni mi arrogancia, ni mi deseo de vanagloria porque la misión la realizas tú.
Mientras más me despojo de mí misma, más estás tú en mi. En mí, tú llevas la misión. En mí, tú expulsas a los demonios. En mí, tú sanas al enfermo y resucitas a los muertos.
Es Cristo que vive en mí. Pablo tenía razón, cuando soy débil, entonces, soy fuerte.
Sólo lo necesario y sin esperar garantías de éxito. Con mucho respeto por las opciones de la gente porque la Buena Nueva se ofrece, no se impone a nadie.

Y yo que pensaba llevar tanto equipaje. Sólo lo necesario. Ir cargada de equipaje me habría hecho sedentaria, conservadora, sin poder captar la novedad de Dios y estaría centrada en la utilidad personal.

Sólo lo necesario… y ¿qué es lo necesario? Tú.
No confiar en mí misma, sino entregarlo todo a ti. Tú eres lo único necesario en mi vida.

Pero me pides algo más: aceptar el dramatismo de la misión.
La repulsa. Debo dejar en manos de Dios el resultado y no amargarme porque no he logrado sanar a alguien. Los tiempos son de Dios.
La contradicción. Tu palabra compromete, exige tomar una postura ante la vida, exige un cambio de principios, valores, un plan de vida. Seguro que eso pone división donde hay paz y desorden donde hay tranquilidad.

Sólo un bastón y sandalias. Tu doctrina, tus bienaventuranzas, tu palabra de aliento, tu luz, pero también mi fe. Todo eso es el bastón.
Las sandalias, a todo terreno. Ir de camino siempre, por terrenos llanos y otros muy pedregosos, pero siempre ir de camino.

Jesús, quiero seguirte y tomar un nuevo camino contigo para anunciar el Reino.