27 julio, 2006
¿Para qué sirve el Antiguo Testamento? (III) Moral Fundamental: Trabajo humano
Inseguridad
Dificultad para encontrarlo
Muchas veces indigno
Altamente exigente y competitivo
Impersonal
Explotador
Metas inalcanzables
Retribución injusta
Esto es lo que el mundo del trabajo nos ofrece a muchos hoy. Sin duda, la experiencia humana del trabajo no resulta alentadora, más bien frustrante, ya que genera angustia y desintegra al hombre interiormente.
De la lista anterior se desprende que los valores en torno al trabajo en la actualidad, no son los que existían originalmente y en la práctica, nos hablan de múltiples desafíos y poco o nada de las oportunidades.
Si pensamos que la historia del hombre es en gran parte la historia del trabajo que ha realizado ¿qué escribiría el historiador hoy?
El hombre da todo lo que es y tiene en su actividad. El trabajo es él mismo, porque entrega todo su esfuerzo y su vida. Entonces, el trabajo no vale nada sin el hombre, no tiene sentido ni se sustenta sin este sello personal.
En la mala experiencia de trabajo para algunos, se empobrece el concepto que de éste se tiene, como por ejemplo, considerarlo una forma de llenar sus días, en su urgente necesidad de no sentirse inútil y desocupado, muchas veces marginado.
Para otros será una permanente humillación, sobre todo aquellos que sufren la explotación o una actividad que le expone en su salud y dignidad.
Muchos lo ven como un parámetro para distinguir a ricos y pobres o una forma de vivir la discriminación social.
Pero sin duda, que la gran mayoría se centra en la necesidad material que ésta le reporta, aunque sea en forma deficiente.
Para muchos, el trabajo es una forma de ganar dinero para sus necesidades, asegurar el futuro de la familia o para preparar su jubilación.
Difícil es, en este escenario, pensar el trabajo en la dimensión justa:
Una actividad humana que dignifica, que desarrolla las capacidades para contribuir con la sociedad. Casi no se piensa que es un derecho fundamental del ser humano o una actividad que permite valorarse.
Para qué hablar de la idea de una actividad que permita entregarse al servicio de los demás.
Como se ve, muy pocas veces es visto en forma positiva, como un bien del hombre y de su humanidad, como generador de alegría y plenitud.
Como hemos dicho en otro artículo sobre la antropología teológica, el hombre ha sido creado junto a un entorno natural, la tierra y su igual, la mujer. Esto da cuenta de una consideración del mundo, orientada antropocéntricamente.
Gn2, 5b “no había hombre que labrara el suelo”. Con esto, la tierra sólo cobra sentido con el trabajo del hombre.
En esta relación nativa que liga al hombre con la tierra, se despliega la relación dinámica por medio del trabajo. Este es el carácter terreno del hombre, tener un parentesco y afinidad estrecha y permanente.
Si 33,13 “Como la arcilla en manos del alfarero, que la modela según su voluntad”, encierra la idea de total dependencia del hombre con su Hacedor, que lo a tomado del polvo y lo ha modelado en esta afinidad con la tierra.
La tierra y el hombre son uno, es el hombre mismo, completo. Le es imposible desligarse de ella, entonces, el hombre es la criatura que da respuesta a su Creador a partir de su relación dinámica con la tierra: el trabajo humano. Desde allí debe responder a Dios por la Creación.
Para “adam” de la “adamah” (tierra), nada es más natural que el trabajo. El hombre no conduciría una vida humana sin el trabajo.
Como se ve en el Antiguo Testamento, el trabajo humano es considerado como un gran bien, es expresión del haber sido creados a imagen y semejanza de un Dios que crea amando y ama creando.
Estamos llamados a ser co-creadores con Dios por medio del trabajo. En el trabajo crecemos como personas y reforzamos nuestra identidad de hijos de Dios y hermanos de todos los hombres y mujeres. Por todo esto, el trabajo es la actividad que humaniza.
El hombre ha sido creado apenas inferior a Dios, pero superior a todas las demás criaturas y su relación con ellas es de dominación. Sólo con su tú, su igual el hombre se siente pleno. Pero no debe olvidar que es también “creatura” y por tanto, todo le pertenece a Dios.
Cuando el hombre olvida esto, tiende a salir del terreno de la ética y lo desarmoniza. Con esto, siendo el trabajo LA actividad que humaniza, el hombre en su soberbia puede, a partir de este mismo trabajo, deshumanizar la sociedad.
Así tenemos por ejemplo, que muchos hombres no saben para quién trabajan, por lo que se pierde la dimensión solidaria del trabajo.
En definitiva, la crisis del trabajo se orienta más bien a la pérdida de sentido último de la vida, es de un orden espiritual.
Experimentamos así, una contradicción entre nuestro trabajo y los más hondos anhelos de nuestro corazón.
Finalmente, en Jesús tenemos el gran modelo luminoso del valor y dignidad del trabajo humano hecho con amor, bien hecho, con la conciencia de servir a otros, de quienes se siente hermano.
¿Cómo organizar el mundo y la sociedad en una forma que responda a nuestro ser co-creadores con Dios?
Para responder, tendríamos que volver la lectura a la lista que encabeza este artículo y anteponer a los “valores” actuales del trabajo, lo que fue concebido por Dios desde un principio, desde antes que nos pusiera en esta tierra y nos abriera los ojos y el corazón a su obra de amor.
15 julio, 2006
Seguir a Cristo
Debo salir de mí misma para encontrar a Cristo, despojarme del amor a mí misma y del apego a mi ventaja personal.
Dejo de girar en torno a mí misma y contemplo la vida de Cristo. Es la contemplación evangélica que me lleva al punto de partida: Cristo.
Traigo la historia de Cristo, me inserto en el tiempo y lugar, camino con él.
Veo lo que aporta esta historia en mi vida: las contradicciones de mi vida respecto de Cristo.
La oración en primera persona da cuenta de una historia que me revela a mí.
Marcos 6,7-13
“En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
-Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”
Hoy es temprano… tengo la sensación de que todo llega antes de lo esperado… algo me sorprenderá maravillosamente… y te oigo llamarme.
Llamas a tus discípulos y dejo lo mío a un lado. Todo lo que era y hacía antes de este momento, se hace tarde. Todo lo que hay desde tu llamada hacia delante, se hace urgente, temprano.
Te escucho llamarme y mis oídos no pueden creer que pronuncies mi nombre, te veo desde lejos, tu figura delgada, liviana y firme a la vez en el horizonte. Alzas tu mano y haces un gesto a todos tus amigos para que te atiendan, si, es urgente.
Veo a unos que ya se han apresurado y mi corazón se agita, se me pierden las cosas en mi campo de visión que tú llenas por completo. Es una alegría inmensa, es algo de temor y esperanza, es algo de locura y templanza y sólo sé ir hacia ti.
Se me ilumina el rostro a medida que me acerco, ya te escucho con más nitidez, ya tu figura se hace sólida, más robusta y cálida. Al fin puedo ver bien tu rostro, tus ojos.
Todos están allí, tan emocionados como yo. Se hace un silencio que deja espacio sólo a la música de la brisa, el follaje y algún ave por ahí.
Nos miras tiernamente, ya nos invitas a algo increíble con tu mirada y comienzas a hablar:
“-vayan y prediquen la buena noticia”…
Todos nos miramos atónitos, volvemos nuestra atención a ti y en silencio:
“-vayan de dos en dos por todos los pueblos”…
Nos volvemos a mirar, pues nos parece increíble. Sabemos qué significa predicar el evangelio, pues lo hemos visto, es más que hablar del Reino, es pararse con autoridad y sacar chispas, sacar a la luz a los demonios, es levantar al caído y sanar al enfermo.
¡Jesús, nos pides que seamos otro Jesús!
Tímidamente busco el rostro de alguno de tus discípulos para unírmele y hacer lo que has mandado, pero… ¡qué locura!… ¡qué hago yo acá!… ¡ser un Cristo, predicar como él!… ¡no puedo creer que él confíe en mí para esto!… ¡pero qué ha visto en esta pobre cierva inútil que sólo sabe hacer lo que no quiere y desear lo que no tiene!
Me sorprende, pero me animo, no debo desconfiar, es el Señor, el Maestro quien me lo pide, él no se puede equivocar, me conoce muy bien y sabe lo que hace.
Entonces comienzo a hacer mis planes, preparar mi maleta, talvez unos libros, ropa de cambio, un buen cuaderno para anotar mis impresiones, no olvidar algo de alimento para el camino.
Quiero llevar tantas cosas, que no sé por dónde empezar. Alguien se adelanta, claro… Pedro como siempre y le pregunta, qué debemos llevar, cómo hacemos para estar bien preparados.
Tú le miras con paciencia, te tomas el tiempo para contestar y asegurarte que todos estén atentos a lo que vas a decir. Parece ser lo más importante:
“-no lleven nada para el camino, sólo su bastón y sandalias, pero ni pan, ni alforja, ni dinero”
¡Esto ya es demasiado! Me vuelvo hacia Pedro intentando animarle a hablar contigo, pero tú antes que él hable, prosigues:
“-Quédense en la casa donde les ofrezcan hospedaje, hasta que salgan de ese pueblo.
Y si un lugar no los recibe ni los escucha, al marcharse sacudan el polvo de los pies, para probar su culpa.
Si, eso sí lo entiendo y lo acepto, no todos nos acogerán, es más, nos perseguirán, pero nadie puede decir que no supo que la Buena Noticia era para ellos. Les fue anunciada y la rechazaron, ellos serán los únicos responsable de las consecuencias de vivir lejos de Ti.
Pero, Señor, vayamos despacio. Quiero entender mejor eso de los espíritus inmundos, tu poder que nos lo das para hacer lo que tú hacías.
Tú nos envías, tú nos das una misión y tuya es la iniciativa. Pero esta misión se realiza en la praxis y es por eso que nos das ese poder, este anuncio es una palabra actuante, eficaz. No habla de cómo está el mundo y la historia, sino de la TRANSFORMACIÓN de ese mundo e historia.
Y esos espíritus inmundos, Señor. Es todo lo que amenaza al hombre desde fuera y no le permite realizarse como ser humano.
Y es que hay tantas cosas que enfrentar en este mundo: las injusticias, la traición, el desprecio de otros, las exigencias materiales que nos impone la sociedad para ser aceptados… en fin. Sacar a la luz a esos espíritus inmundos, es denunciar estos hechos. Más de uno se molestará al ver que queda al desnudo su maldad frente a tu bondad.
Nos envías de dos en dos porque no es mi misión, sino la de todos. Es la comunidad la que participa de este anuncio.
Se ve que nos conoces bien, porque seguidamente nos das instrucciones para combatir nuestra soberbia. Esas instrucciones antitriunfalistas para no cegarnos y echar todo por la borda.
Si, ahora entiendo. Debo llevar lo estrictamente necesario porque en esa pobreza de la misión, no pondré mis conveniencias, ni mis miedos, ni mi arrogancia, ni mi deseo de vanagloria porque la misión la realizas tú.
Mientras más me despojo de mí misma, más estás tú en mi. En mí, tú llevas la misión. En mí, tú expulsas a los demonios. En mí, tú sanas al enfermo y resucitas a los muertos.
Es Cristo que vive en mí. Pablo tenía razón, cuando soy débil, entonces, soy fuerte.
Sólo lo necesario y sin esperar garantías de éxito. Con mucho respeto por las opciones de la gente porque la Buena Nueva se ofrece, no se impone a nadie.
Y yo que pensaba llevar tanto equipaje. Sólo lo necesario. Ir cargada de equipaje me habría hecho sedentaria, conservadora, sin poder captar la novedad de Dios y estaría centrada en la utilidad personal.
Sólo lo necesario… y ¿qué es lo necesario? Tú.
No confiar en mí misma, sino entregarlo todo a ti. Tú eres lo único necesario en mi vida.
Pero me pides algo más: aceptar el dramatismo de la misión.
La repulsa. Debo dejar en manos de Dios el resultado y no amargarme porque no he logrado sanar a alguien. Los tiempos son de Dios.
La contradicción. Tu palabra compromete, exige tomar una postura ante la vida, exige un cambio de principios, valores, un plan de vida. Seguro que eso pone división donde hay paz y desorden donde hay tranquilidad.
Sólo un bastón y sandalias. Tu doctrina, tus bienaventuranzas, tu palabra de aliento, tu luz, pero también mi fe. Todo eso es el bastón.
Las sandalias, a todo terreno. Ir de camino siempre, por terrenos llanos y otros muy pedregosos, pero siempre ir de camino.
Jesús, quiero seguirte y tomar un nuevo camino contigo para anunciar el Reino.
Ver a Jesús, amar a Jesús, vivir en Jesús
Ver al mundo a la luz de Cristo. Ver las cosas del mundo, a la luz de Cristo, ver a los demás a la luz de Cristo.
Muchas personas tienen un carisma y un poder de comunicación que fascina. Otros lucen una sencillez y pobreza que conmueven. Tienen una mirada distinta, profunda y que te desnuda, tienen una luz que saca de ti todo lo bueno que posees, tienen un sello en cada palabra o gesto que te suenan a verdad. Muchos tienen una presencia que irradia amor, alegría de vivir, energía y premura para la acción, es decir, te ponen en movimiento.
Si lo miramos a la luz de Cristo, podremos entender lo que nos sucede con estas personas, reconocer una suerte de fascinación y reconocer en ellos al “enamorado”.
Puedo ver entonces, en persona, hechura de las manos de Dios como yo, a alguien que lleva la impronta de Jesús. Su carisma, su voz, su mirada, sus manos, su cuerpo me hablan de Jesús enamorado.
El me ha mirado con sus ojos enamorados y ha inundado mi mirada de su amor y llevo desde ese momento su amor en mi mirada, también enamorada.
Lo mundano se vuelve divino, los estereotipos de nuestra sociedad se derrumban y la verdad se vuelve una marca profunda, llena de sentido, como un tesoro recién descubierto y que me ha esperado siempre.
Lo miro, lo reconozco, lo redescubro porque mi corazón también le buscaba.
Así como Adán ha reconocido a su igual y le ha dicho “esta si que es hueso de mis huesos”, yo reconozco en Jesús, “este si que es Señor de mi corazón”.
Jesús también me enamora a través del silencio, o de la música, de la naturaleza, de los afectos, en fin, nuestros sentidos, nuestro cuerpo son tan sagrados como nuestro corazón, porque Dios se vale de ellos para hablarnos de su amor.
Así entonces, no es un amor pensado, razonado o espiritual solamente; es un amor de cuerpo y alma, porque Jesús se entrega de cuerpo y alma, porque vibra mi cuerpo y mi ser ante El, porque se me acelera el corazón ante El, porque me nace llorar de emoción ante El.
Quiero que este amor se actualice en cada instante, quiero que dure toda la vida, quiero que quede sellado para siempre, quiero llevar la impronta de su amor, como una argolla de oro en mi anular, quiero que lo etéreo se vuelva carne, quiero que se encarne su amor en mi, mi amor en El.
Quiero que mi vida gire en torno a El noche y día, minuto a minuto, todos los días de mi vida, en cada afán, en cada sueño, en cada alegría y en cada dolor.
El discernimiento es la gracia necesaria para reconocer esos dones y trabajarlos para producir el 100 por ciento.
El que tengamos testigos del amor de Cristo en la tierra, como los sacerdotes, hermanos y hermanas consagradas, matrimonios o personas comunes y corrientes que dan de alguna manera y muchas veces heroica la vida por Cristo; y testigos en el cielo, como todos los santos, son un regalo que debemos cuidar como lo más sagrado. Son testimonios por los cuales Jesús me habla de amor y me enamora, me hace suya.
Estas personas prometen fidelidad a Dios, y debemos ser los cristianos, los primero apoyadores para que este vínculo se fortalezca día a día.
A los casados, Dios les habla de su amor, a través del amor mutuo de pareja viviendo la fecundidad en su estado, bajo el signo del sacramento que sella ante los ojos de Dios un pacto.
Todas las manifestaciones de amor humano, de compromiso con nuestra sociedad, con nuestro entorno, naturaleza, con nuestro trabajo, con nuestra familia, con nuestra comunidad, con nuestra Iglesia, son un estado de vida por el cual sellamos un pacto con nuestro creador.
Jesús me enamora para llevarme a ese pacto. Acercando mi cabeza a su pecho, siento su corazón latiendo con fuerza, por ver realizada la obra de su Padre, nuestro Padre.
Por eso es que esa mirada enamorada de Jesús me pone en movimiento y me desnuda.
Quiere que yo me vea con sus ojos de amor y reconozca su marca en mí. Quiere que vea también mis infidelidades, mis momentos de oscuridad, aquellas horas dedicadas a mi propia contemplación…, quiere que desentierre el talento que me ha confiado para fructificar y lo haga crecer el ciento por ciento.
Quiere que salga de mí misma para reconocerme, quiere que salga a su encuentro para ser fecunda, quiere que ame a los demás con su corazón, que trabaje con sus manos, que consuele con sus palabras, que acoja con su mirada.
De ángeles y milenios
Cada día se produce el milagro de amanecer,
de estar vivos, con nuestros cinco sentidos.
Cada hora sucede a otra,
a veces en carreras insostenibles,
de a ratos, como detenidas,
quietas y silenciosas.
Cada instante se encarama sobre el otro
y construyen torres que pueden ser
incorruptas para nutrirte
o inconsistentes para
azotarte en la fragilidad de lo superfluo.
La trascendencia es un bello jardín
de almas sostenidas
que en la temporalidad de la sustancia,
se eleva en escalas auxiliares
o se hunde en pozos desoladores.
En la ruta milenaria de inconcluso recorrido
se asoma, se vive, se refleja
la hermandad de seres que nos sostienen.
Hermandad de ángeles que despiertan
al clarear el camino, las piedras y esperanzas.
De ángeles que arremeten en la oscuridad
y hacen parir la luz que yace tras la miseria.
De ángeles atardeciendo en el ocaso y el sosiego.
Remanso que acaricia y se posa
en las pupilas claras,
llenas de verdad y vida.
En la tierra milenaria
que abraza y acoge,
se suceden las horas,
de cantos milenarios para alabar
y festejar la jornada de sudores y esperanzas,
de ritos milenarios que trae candor
y empapa el alma de eternidad.
De mujeres milenarias,
de fuego milenario,
de sueños milenarios.
Todas sueñan con ser ángeles de alas extendidas
para alcanzar lo eterno.
14 julio, 2006
¿Para qué sirve el Antiguo Testamento? (II) Moral Social
Siguiendo en la línea del artículo anterior, volveremos la mirada al israelita del A.T. para comprender mejor y dimensionar correctamente el mensaje de Cristo. Toda su riqueza está en la evolución que experimenta el hombre de Dios desde su primera llamada, desde la primera promesa de Dios a hacer Alianza con él.
Para hablar de Moral Social, debemos ir a las Sagradas Escrituras como orientador del ethos social de los cristianos.
La obligación de justicia para con el prójimo era originariamente una obligación de justicia para con Dios, es así como los profetas proclaman justicias e injusticias delante de Dios, por lo tanto, las exigencias de justicia están ligadas indisolublemente a la religión y las prescripciones sociales son expresión de liberación de Dios para con su pueblo.
Es importante decir aquí, que esta dimensión se cumple principalmente en las prescripciones respecto de los más débiles. Esta “Justicia de Dios” se plenifica en el Cristo que nos justifica desde su propio comportamiento ético consecuente, hasta dar su vida.
La justicia en el A.T. tiene una dimensión comunitaria, por lo tanto, la justicia del A.T. es la estructura de la comunidad de la Alianza. La comunidad vive la justicia y los que forman parte de la comunidad realizan la justicia. La Ley es una forma de ordenar la vida en la Alianza.
La ley y el orden expresan la voluntad de Dios, que el A.T. expresa en una idea clara: justicia es fidelidad a la ley de Dios.
En la predicación de los profetas del A.T. se ve claramente el orden de importancia de estas prescripciones: 1. derecho del humilde, 2. del pobre, 3. de la viuda, 4. del huérfano, 5. del extranjero, 6. del asalariado, es decir, de los que los poseedores tienden a excluir de la comunidad de bienes y que deben ser reintegrados en ella. “No oprimas al mercenario pobre e indigente, sea uno de tus hermanos, sea uno de los extranjeros que moran en tus ciudades. Dale cada día su salario, sin dejar pasar sobre esta deuda la puesta del sol, porque es pobre y lo necesita” (Deut. 24, 14-15).
Particularmente en el cumplimiento de la ley social es donde se pone a prueba la sinceridad de la religión y los profetas del A.T. acusan como vacía y vana la religión sin ética. Jesús, continúa la misma línea iniciada por los profetas en su predicación y actuación. “Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘misericordia quiero, que no sacrificio’, no condenaríasis a los que no tienen culpa” (Mateo 12, 7).
Con todo esto, comprendemos mejor la propuesta de Jesús a sus contemporáneos. Ellos cumplen la Ley de Moisés, desvirtuada, abusada, tergiversada por los poderosos. Jesús viene a hacerles ver que, entonces, tal como ayer, la religión está vacía, no vale nada. La Alianza ha sido rota, pero ¿por quién?, ¿por Dios?. No. Porque la infidelidad la realiza el hombre y volver los ojos hacia Dios significará hacer su voluntad, tener una conducta ética hasta el final.
La ética de antaño es la misma que Jesús viene a perfeccionar, a hacer cumplir y no a abolir.
¿Qué podremos decir hoy sobre la ética y las leyes sociales?
Si el ejercicio de la ética es lo que le da vida a la Alianza y la actualiza, ¿Podremos decir que las leyes sociales deben considerar el modelo ético cristiano, para dar vida y vigencia a nuestra sociedad?
Una religión sin ética, está vacía. Una sociedad sin moral, es solo metal que resuena.
12 julio, 2006
¿Para qué sirve el Antiguo Testamento? (I) Antropología Teológica
Mucho se nos habla y se nos instruye acerca de la Verdad revelada por Dios y plenificada en Cristo.
Mucho hincapié se hace en el conocimiento del hombre en Cristo, del modelo de vida en Cristo, del mandamiento del Amor en Cristo. Y cómo no, si en Cristo, que es La Palabra revelada, “Dios se ha quedado mudo” (Santo Tomás de Aquino).
Ya no hay nada más que decir, todo está dicho en él; todo se realiza en él. Pero debemos observar también, que a 2 mil años de distancia, aún no podemos dar por entendido y solucionado el problema del origen del hombre y su sentido de existir.
Persiste ese abismo que deja flotando en la oscuridad la pregunta por el hombre y el sentido del ser.
Ante tantas tesis y propuestas filosóficas muy arraigadas en nuestras propias culturas que las han acogido, Jesús tendría que volver y traernos la verdad que el antiguo hagiógrafo se vio en la necesidad de transmitir en su relato, a un pueblo rudo, porfiado e infiel, rodeado por los cuatro costados de idolatrías y veneraciones politeístas.
El mismo Cristo, debía traer a la memoria de sus discípulos la Ley de Moisés, explicarla en su contexto original, y desde allí plenificarla con su propuesta del Amor.
Ya no es la ley por la ley, es la Ley del Amor y por el Amor.
La helenización instalada en la región, ya les había distanciado del concepto de hombre creado a imagen y semejanza de Dios, para aventurarse en un modelo lleno de dicotomías desde una esencia quebrantada, fragmentada, dividida en dos realidades. Alma y cuerpo ya no se miran a la cara, es más, se odian mutuamente.
Hoy prevalece esta idea y la hemos desarrollado e instalado como principio que gobierna todas las esferas de nuestra vida.
Al parecer, el cuerpo ha vencido en gran número de batallas. Dan cuenta de ello el materialismo reinante que vacía de contenido al hombre para centrarse en su exterioridad, en su caducidad como lo absoluto; el desequilibrio ecológico causado por la devastación a costa de muchos, para “necesidad” de unos pocos; finalmente, lo que era absoluto se vuelve frágil, maleable, antojadizo, intercambiable y siempre al servicio del cuerpo venerado en todo lo que es material, inmediatez, satisfacción momentánea. El amor con minúscula a destronado al Amor.
Volvamos entonces la vista a las primeras páginas de la Biblia. El libro del Génesis, en una exposición genial, nos muestra el modelo antropológico del Antiguo Testamento.
Explicaremos primero los tres aspectos que el A.T. reconoce en la composición de hombre:
1.- Se reconoce un aspecto material, “la carne –basar-, como manifestación exterior de la vitalidad orgánica” (Ruiz de la Peña), por lo que, comparte con los demás seres vivientes el sustrato biológico. Sin embargo, le diferencia de estos, “su capacidad de prolongarse en el tú próximo, parentesco. Cualquier ser humano es carne mía” (Ruiz de la Peña), connota así, un principio de solidaridad o socialidad. (“Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos”)
Se le reconoce también en este punto “su fragilidad y caducidad inherente a la condición humana, tanto física, como moralmente. Le es propia la cualidad de desfallecimiento biológico y ético” (Ruiz de la Peña).
2.- En la antropología israelita se le reconoce también el “principio vital, inmanente al ser humano, que hoy podríamos llamar su personalidad, su unicidad u originalidad” –nefes- (Ruiz de la Peña). Aquí, los trastornos fisiológicos dan cuenta de un suceso o alteración psíquica y viceversa.
De estos dos primeros aspectos se desprende que, el hombre en su materialidad (basar) y alma (nefes), se concibe como completo, tanto así, que estos dos aspectos son sinónimos.
Para el israelita, entonces, no existen dos entidades en el hombre. “Todo el hombre es basar y todo el hombre es nefes.” (Ruiz de la Peña).
Se concluye que, “pecados y justicia, vicio y virtud, proceden de decisiones personales que embargan al hombre entero, el cual está ante Dios en su totalidad indivisible.” (Ruiz de la Peña).
3.- Aliento. Ya no es el aliento inmanente al ser humano, sino, “fuerza creadora o don divino específico, que le permite su apertura a Dios” –ruah- (Ruiz de la Peña).
Basar – ruah es una contraposición, pero no una contradicción. Es el diálogo que mantienen la finitud y limitación del hombre, y el poder de Dios soberano y creador.
Como Dios ha creado al hombre por la palabra, el hombre es la criatura que responde verbalmente a Dios por la creación. “El hombre vive en la llamada de Dios y se mantiene en la existencia mientras esté a la escucha, perseverante y atenta de la palabra divina. De esto depende el logro y malogro de la existencia humana.” (Ruiz de la Peña).
El relato:
El hagiógrafo tiene su interés en el origen del mal. ¿cómo se explica el mal en el mundo creado por un Dios bueno?
El Génesis tiene dos relatos de la creación, pero nos centraremos en aquel que habla sobre el origen del mal. (Gn.2)
Para explicar el origen del mal, el autor ha querido mostrar las cosas en su completo equilibrio, tal y cual Dios la habría creado. Imaginemos que ha hecho una lista de los males que observaba a su alrededor y la ha enfrentado a otra lista totalmente opuesta. Esta última es el paraíso.
¿Cómo es que, una vez que ha pecado el hombre, el paraíso es reemplazado por el tormento, el dolor, la soledad, el peligro y la muerte?
Si bien, en el A.T. siempre se habla del castigo divino, de la venganza de Dios contra su pueblo infiel, la verdad a extraer es, que todo lo bueno que Dios ha puesto ante nuestros ojos, lo hemos trocado en sufrimiento a causa de nuestra obstinación.
Esto no responde aún la pregunta, pero nos da un primer alcance. Lo siguiente será entender, porqué somos arrojados de lo bueno cuando consentimos en lo malo.
Entendemos por consecuencia de nuestros actos, todo lo que por ley natural se suscita del estímulo que ha recibido. Causa y efecto.
Por tanto, si quebrantamos la ley natural de las cosas, obtenemos la sensación de ser arrojados de ese equilibrio natural y experimentamos el desasosiego, la angustia, el dolor, desgracias, etc.
¿Pero por qué, el haber desobedecido a Dios no destruye sólo la armonía del ser, del hombre, tal y cual le hemos observado más arriba.? ¿Por qué se suman la enemistad con el resto de la creación: dolores, sufrimiento, sequía, hambre, etc.?
El hombre de ciencia estudia su objeto aislado, desmembrado en sus partes, la filosofía también ha hecho así con el hombre.
Como a todo le buscamos una explicación científica, empírica, hemos acostumbrado nuestra percepción e inteligencia a actuar así, desmembrando a nuestro objeto de estudio.
He aquí, que se presenta la respuesta en el concepto de hombre indivisible del A.T.:
“El hombre es creado, no sólo en el darle la vida, sino también, en el establecer su entorno físico (descripción del paraíso), asignarle una tarea como ser activo, recordarle su responsabilidad frente a Dios, situarlo en un campo de relaciones con los demás seres y, con su tú más próximo, la mujer. Sólo entonces el hombre está completo, la obra de la creación finaliza.” (Ruiz de la Peña).
El hombre es tal cuando, además de tener vida propia, está enraizado en la tierra (adamah – Adán) que debe trabajar y cuidar y de la que obtendrá sus medios de subsistencia, por que la tierra es él (principio ecológico); abierto obedientemente a la relación de dependencia de Dios; situado ante el resto de los seres vivos como superior y, por último, completado por la relación de igualdad y amor con esa mitad de su yo que es la mujer. (Ruiz de la Peña).
Todo esto es parte del ser hombre. Cuando el hombre daña una de estas partes, se daña a sí mismo.
Así, la consideración del mundo del A.T. es antropocéntrica: la tierra, sólo con el trabajo humano cobra sentido (he aquí un nuevo tema a desarrollar).
Qué duda cabe. Finalmente, los diez mandamientos del A.T. contenidos en el mandamiento del Amor del N.T., los valores cristianos y los principios éticos, dan cuenta de lo que el hombre es. Al ir en contra de estos “recordatorios” de lo que el hombre es, este se daña a sí mismo, niega su esencia, su biología, su psiquis, su ecología, su equilibrio, su amor. Todo su ser.
Si Jesús viniera a preguntarnos qué hemos hecho con nuestra adamah (tierra), qué trato hemos mantenido con nuestro Dios, qué hemos hecho con nuestro don del Amor frente a nuestros iguales, carne de mi carne, nos estará preguntando por todo nuestro ser, qué hemos hecho de nosotros mismos.
¿Qué responderemos?
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