23 abril, 2011

SÁBADO SANTO


El descenso del Señor en el abismo (ANÓNIMO)

Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha des pertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.

Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se en cuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos».

A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu pri mer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen de formada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los peca dos, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.

El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad.

(Del blog EL BUEN CONSEJO)

03 abril, 2011

La calidad de la ofrenda


4:3 Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Yavé.
4:4 Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Yavé con agrado a Abel y a su ofrenda;
4:5 pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
4:6 Entonces Yavé dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?
4:7 Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él.
4:8 Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató.
4:9 Y Yavé dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?
4:10 Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.
4:11 Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.


Vemos que en Caín y Abel, hay una diametral diferencia en la calidad de las ofrendas. Caín se siente seguro y con el derecho, por ser el primogénito, ese es su único mérito para tener la predilección de Dios.
Cuando ve amenazada su estructura mental, la percepción de si mismo en su relación con Dios, entra en pánico e indignación y replegado hacia si mismo completa su fatal ofrenda con el sacrificio de su propio hermano.
Lo mismo ocurre con los hermanos en la parábola del Hijo Pródigo. Si bien, el hijo menor se portó mal, su ofrenda de arrepentimiento y vuelta sincera y humilde al Padre le reestablece su dignidad.
Y ocurre que el hijo mayor, también se cree merecedor de la predilección de Dios por ser el mayor y se limita a hacer lo “formalmente” correcto: cumplir la Ley. También entra en indignación y rechaza el perdón del padre.

No hay ofrenda más pobre que la soberbia; no hay ofrenda más maldita y fatal, que la insolidaridad que nos repliega y nos hace “hijos mayores” , con sed de venganza y condena.
“Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘misericordia quiero, que no sacrificio’, no condenaríasis a los que no tienen culpa” (Mateo 12, 7).

Jesús ha bajado a recogernos hasta las más terribles miserias para levantarnos a todos y llevarnos de vuelta a Dios. El acto solidario más grande de la historia, debe ser fundamento y alimento, inspiración y referencia constante a la hora de presentar nuestras propias ofrendas.
La gran ofrenda de Dios mismo en su Hijo Amado, es directriz para la ofrenda diaria de servicio al prójimo, que nos compromete y nos permita responder por la vida de nuestro hermano. Responder, significa dar respuesta, ser responsable y guarda de nuestros hermanos.
La ofrenda es la respuesta a Dios y no una pregunta que es deuda, sangre derramada que grita y clama a Dios por la falta de solidaridad.