25 noviembre, 2009

El Reino de Dios, se acoge

Me conmueve la delicadeza de Dios, al querer que el hombre sea tierra donde plantar la semilla de su Reino.
Si acepto ser tierra para que germine, inevitablemente crecerá y se extenderá, sin que yo sepa cómo y cuándo sucede esto… es un milagro, porque no somos capaces de ver con claridad el proceso, sino que vemos el contraste entre lo que fue y en lo que termina.
Participar del Reino con mi voluntad de ser tierra que acoge la semilla es la experiencia constante de conversión a la que San Juan Bautista, Jesús y luego los apóstoles y evangelistas invitan al hombre en la historia hasta nuestros días con la acción del Espíritu Santo.
En el momento en que acepto ser tierra, el Reino ya es una realidad, aunque aún sea promesa, un concepto único y novedoso que incluso hoy resulta desconcertante para este nuevo hombre dotado de conocimiento y ciencia.
Dónde radica la aceptación de esta realidad tan fuera de serie y desconcertante: en la fe y la humildad de quien se sabe amado por su creador que lo busca incansablemente y lo trae de vuelta a casa.


Después de María Santísima, el primero en acoger el Reino de Dios en Jesús, fue San José, que queriendo serle fiel a Dios, estaba dispuesto a abandonar a María en secreto.
Dios le confía una misión de salvación al Justo y le ayuda en las vicisitudes, porque ve que lucha por serle fiel en todo momento, Dios le guía en su conciencia.
Para anunciar el Reino de Dios, hay que acogerlo completamente y se acoge adhiriéndose a su mensaje generosamente.
La voluntad de Dios se manifiesta en el que es fiel. La Salvación se le confía como misión Divina, no humana.
La obra es de Dios, nosotros somos mediadores en Jesús y nuestra fidelidad se realiza en el seguimiento.