23 noviembre, 2007

Santa intimidad



¿Qué queda después de los afanes del día, en una pausa en el camino, en un momento de silencio, en un rato de oración?

Sólo Dios permanece, sólo El sigue estando allí, más al descubierto, sin ruidos internos impidiendo notar su presencia.

Cuando se produce el reencuentro, cuando lo reconozco como mi esencia y mi todo, me siento abrazada y todas las preocupaciones de este mundo se disipan.

Dios es lo más mío que puedo experimentar. Nada ni nadie me puede llegar hacer sentir una intimidad más grande, más genuina que la presencia de Dios.

Es el gozo más grande, un pedacito de cielo en medio del mundo enajenante, una anticipación amorosa del Amado para con su sierva inútil.