28 febrero, 2007

Los invitados a la cena


Jesús, a muchos has invitado, pero pocos son los que acuden.

Yo me entusiasmo en un principio, pero decaigo luego y te esquivo con excusas. He consentido en faltas que no me llevan al Reino al que he sido invitada e invento mil excusas para validar mi actitud.

Soy como los de tu parábola. Tú criticas a todos este abandono con la parábola del hombre que hizo una cena e invita a muchos, pero la mayoría se excusa para no asistir.

El hombre manda entonces a su criado a buscar a todos los que encuentre en las calles, enfermos, pecadores, etc.

Si. Nosotros que somos bautizados, confirmados en la fe y vamos a misa, quedamos fuera del banquete, y otros acudirán y se saciarán, aquellos que nosotros consideramos no aptos, muchas veces están más dispuestos.

Los judíos te rechazaron siempre, te persiguieron y te mataron, ellos no entrarán al Reino según tu parábola. ¿Dónde estoy yo?

Quiero ser de tu pequeña grey, que instruyes cuidadosamente, para que no decaigan como los otros.

Y he aquí que ofreces otra parábola para confirmar lo mismo, una dura crítica a los doctores de la Ley:
“Un hombre baja de Jerusalén a Jericó…” Ya de entrada las cosas están mal para el legista.

Descender es una idea de ir bajando al pecado, a las tinieblas, Jericó, ese punto bajo es donde está la ciudad levítica y sacerdotal.

El hombre, en lo más bajo del pecado no está libre de la desgracia y ocurre que le asaltan y le hieren.

Ni el sacerdote, ni el levita que bajaban a cumplir sus funciones a la ciudad lo socorrieron, pero cuando viene bajando el samaritano, tan pecador como el hombre herido, el sacerdote y el levita, se apiada de él y cumple con todos los actos de caridad que todo levita conoce, pero que jamás han practicado:
Lo recoge, lo cura, lo unge, lo lava, lo venda y paga por sus cuidados.
Es clara la lección, Señor.
La práctica de la ley de amor obliga a todos por igual. Y enfatizas al final: -“has tú lo mismo”.

La idea o conocimiento teórico de la caridad no tiene valor ninguno si no se la transforma en vida.

Tantos católicos, catequistas como yo, conocemos las obras de misericordia para con el prójimo, pero nunca hemos practicado, damos un rodeo y seguimos camino abajo en el pecado.
La dirección hacia el Reino va en sentido contrario, ascendiendo a la vida santa de los que cumplen la ley del amor.